Friday

Lo que se me escapa

Cada vez que caigo en depresión me da por leer mucho (a falta de caminatas por la noche).

Es una ansia casi incontrolable y ridículamente apetecible. A veces vengo a comer a la casa y no he terminado el último bocado o sorbo de agua cuando ya estoy atrapada en alguna lectura. Y entonces mi entusiasmo por regresar a la oficina a estudiar se ve opacado por mi impaciente ferocidad de lectora. Entonces planeo mejor las cosas. Decido llevar algo conmigo, para calmar el hambre hasta las 7 u 8 (cuando la lluvia y el cansancio del encierro me sacan a patadas de la oficina) y entonces llego a la casa, prendo la lamparita y nuevamente me entrego sin remedio a un libro, hasta las 3 o 4 de la mañana... y pues el remedio sale peor.

Creo que el hecho de que la lectura sea tan recurrente en temporadas de depresión (como el mosquito es recurrente en el verano) es por el interés, casi obsceno, de entender cada vestigio de los personajes, que por ser ficticios, creados solo para la novela (salvo casos exóticos que no habré de discutir aquí ), no hay nada por descubrir que no encuentre ahí , entre esas páginas. Y entonces viene el desahogo a mi rabieta de nunca lograr entender por completo a las personas que me rodean (o a mí misma) por más que me esfuerce.

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