Monday

Obtulia

Obtulia murió el trece de diciembre. Ahora que veía a otras como ella, embellecidas por los cuidados ajenos, sentía un poco de coraje. No habían sido cuidados lo que le faltaron, fue más bien exceso de amor. Esa necesidad de tenerla cerca, de saberla protegida todo el tiempo. Pero era diciembre, y Obtulia había querido acompañarlos. Parecía feliz mientras caminaban apresuradamente por las callecitas resplandecientes por la nieve que caía desde la madrugada. Obtulia débilmente sonreía al espectáculo, casi estridente, del blanco. Poco a poco su entusiasmo fue decayendo, y se iba sintiendo más y más ligera, como si su cuerpo se hiciera uno con el aire frío que respiraba. De poco servía esa tenue resistencia de pertenecerle, de hacerse fría a voluntad del viento. Nadie notó su lento camino hacia la muerte; a todos les parecía simpático verla palidecer y llenar de rojo sus mejillas (por la alegría de salir, decían algunos) por el frío templado.

Cuando llegamos a casa la pequeña Obtulia cayó de súbito, como si el hielo en sus mejillas se hubiera convertido en metal. En vano fueron los esfuerzos de todos. La tuvieron que dejar a su suerte, rodeada de piedras pequeñitas y brillantes, hasta que alguien con menos amor se compadeciera del espectáculo tan patético de su propia figura.

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