Tuesday

Arely viendo llover en Champaign

La lluvia empezó a las 9:40, justo cuando Arely terminaba de sujetarse el cabello y pensaba en partir. Esta mañana no habría café. La lluvia parecía precipitarse con un entusiasmo pueril. Desordenadamente. Y de pronto, un ruidito de certeros golpes contra el pasto. La lluvia se convertía en perfectas esferitas de cristal, a penas si lo suficientemente compactas para no despedazarse en el piso. Y luego más y más grandes. Entonces Arely decidió esperar a que la lluvia se calmara, pero ésta parecía arreciar más.

No pasaron más de cinco minutos cuando la atracción se volvío intolerable. Tomó una chamarra y salió a la calle. Permaneció unos segundos en la puerta del edificio y decidió desistir. Pero antes de dar media vuelta para abrir la puerta nuevamente, sus pies ya se encontraban sumergidos en el primer charco que habrían de encontrar. Y así, con los pies bajo el agua, caminó por más de 25 minutos. Bajo la lluvia. Porque la lluvia se observa mejor cuando se camina debajo de ella.

Bajo la lluvia, todo parece correr más lento. Incluso el agua que los carros salpican a los transeúntes. Parece que nunca terminará de caer, y solo al sentir la brisa helada en las piernas se percata Arely que el agua ha caido por completo. Ha caido en ella.

La ciudad se siente muerta. O en reposo. Uno pensaría que todo deja de suceder mientras la lluvia se apodera de las calles. Pero adentro de los edificios todo sucede como cualquier día. A los lectores de los pasillos, al padre que oficia la misa, al empleado de la cafetería, a todos, poco les importa si es la lluvia o el sol lo que transcurre afuera. Solo Arely, empapada, parece percatarse de eso. Solo Arely espera que el reloj deje de correr mientras ella camina, pausadamente, bajo la lluvia o mientras brinca los grandes ríos de agua y hojas. Solo ella, que llega a su oficina con rastros de la lluvia en la cara, siente que el mundo se está tomando un descanso.

A las 12:40 Arely se percató de que tenía fiebre. Entonces, pensó, quizás la idea de comprar una sombrilla no sea tan descabellada. Pensó que podría regresar a casa, y tomar el café olvidado en la mañana. Decidió esperar.

Por otro lado, afuera sigue lloviendo. Pero las calles ya no son un río caudaloso y amenazante. Aquí, a la desgracia el gusto le dura solo un rato.

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